Nos damos cuenta
A medida que nos acercábamos, la realidad de lo que estábamos presenciando se volvió ineludible. “Necesita que hagamos algo”, dije con la voz temblorosa, sacudida por la repentina comprensión. James asintió lentamente, las piezas empezando a encajar también en su mente. “No se trata sólo de ella”, añadió, con la mirada fija en la leona, cuyo ritmo implacable nos urgía a actuar. Era como si todo el bosque contuviera el aliento, observándonos, esperando que diéramos el paso correcto.

Comprender su angustia
Entre los restos de herramientas olvidadas y trampas carentes de alma, el comportamiento angustiado de la leona cobraba ahora un sentido devastador. “Están por todas partes”, murmuró James, señalando el claro salpicado de objetos extraños y amenazantes. La visión despertó en mí una profunda simpatía. “¿Es esto lo que la ha estado atormentando?”, susurré, intentando asimilar lo que veíamos. La leona se mantenía cerca, y su lenguaje corporal era un lamento silencioso, una súplica muda por algo perdido… algo que, con urgencia, requería nuestra intervención.

Comprender su angustia

