La cruda realidad
Su paso se ralentizó, guiándonos hasta una visión que nos heló la sangre. “¡Oh, Dios!”, jadeé, llevando instintivamente la mano hacia James. “Es peor de lo que pensábamos”, murmuró él, con los ojos muy abiertos, incapaz de apartar la vista. El estómago se me revolvió al contemplar la escena que se desplegaba ante nosotros: un paisaje marcado por un sufrimiento indescriptible, un reflejo doloroso de lo que ella había intentado mostrarnos todo este tiempo. La urgencia flotaba en el aire, densa y apremiante, una llamada a la acción imposible de ignorar.

Apresurarse a descubrir el peligro
Nos tambaleábamos entre la incredulidad y un nuevo propósito que, con fuerza renovada, nos empujaba a avanzar más rápido hacia los peligros ocultos. “Tenemos que ayudar”, insistí, con la voz cargada de una determinación que ya no podía contener. James asintió, y sus ojos reflejaban la misma firmeza que ardía en mí. Con cada paso, la magnitud de la crueldad frente a nosotros se volvía más evidente. “Veamos a qué nos enfrentamos”, dijo mientras se agachaba para examinar más de cerca la inquietante escena. Todo se sentía como una carrera contrarreloj, guiada por una comprensión que ya no nos permitía mirar hacia otro lado.

